Supongamos la siguiente situación: María, de mediana edad, llega a la consulta psicológica y expresa a la psicóloga “No sé que me pasa, desde hace un par de meses tengo mucha ansiedad, a veces creo que voy a tener un ataque al corazón o que voy a perder el conocimiento, tengo mucho miedo”. Su voz temblorosa y su cara desencajada muestran el sufrimiento por el que está pasando.
Este ejemplo nos habla de un tipo de miedo que llamamos disfuncional al ser irracional; es decir que no se fundamenta en la observación de un peligro real y observable (en este caso el miedo es nuestro aliado para impulsar una conducta de huida o protección), sino en suposiciones sin fundamento. Las consecuencias de estos miedos revierten en la mayoría de las veces en trastornos de ansiedad, fobias o ataques de pánico. Produciendo en la persona una incapacidad para poder afrontar el día a día.
¿Cuál es el origen de este tipo de miedos?
Aunque esta pregunta puede tener muchos matices puesto que cada uno de nosotros somos diferentes a la hora de interpretar nuestros miedos, las investigaciones han hallado una base común del origen de los miedos patológicos que podríamos resumir como una emoción que se activa cuando la persona realiza una valoración subjetiva del peligro ante una situación supuesta o un pensamiento y que tiene la sensación de que ese peligro no lo puede superar porque no tiene recursos para afrontarlo. Pongamos como ejemplo que una persona tiene que hacer una presentación en público y piensa que no tiene habilidades para poder hablar en una sala con público. Ese pensamiento activa una sensación de impotencia que hace emerger el miedo y que muestre síntomas de ansiedad que pueden dar como resultado el que la persona huya de la situación temida o al quedarse bloqueada no quiera exponerse al público.
¿Cómo se pueden identificar los efectos que tienen los miedos en nuestra mente?
Para responder a esta pregunta, volvamos al caso de María. Sus miedos los identifica con síntomas de ansiedad que se traducen en la sensación de creer tener un ataque cardiaco o de perder la conciencia. Estos síntomas junto con otras sensaciones corporales como pueden ser problemas gastrointestinales, sudoración excesiva y trastorno en el sueño son, entre otros, los que llamamos síntomas somáticos al afectar a las sensaciones de nuestro cuerpo.
También los miedos se identifican por tener pensamientos recurrentes sobre preocupaciones futuras de las cuales tenemos la sensación casi real que va a ocurrir una desgracia o catástrofe que puede afectarnos a nosotros o a personas queridas de nuestro entorno.
Las perdidas de memoria o bloqueos mentales que muchas veces achacamos al estrés, también pueden ser síntomas relacionados con un miedo subyacente que nos origina altos niveles de estrés.
3 consejos para gestionar nuestros miedos
- Etiqueta tus miedos
El primer paso para gestionar los efectos que producen los miedos es identificar de la manera más clara posible a qué le tenemos miedo; es decir ponerle una “etiqueta al miedo”. Esto en algunos casos nos resulta bastante fácil, pero en otros es bastante complicado detectarlo.
Vamos a ir al ejemplo de hablar en público para aclarar este concepto. La persona puede decir “tengo miedo de exponerme al público” y su expresión ser concordante con la causa que la genera: exponerse al público. Sin embargo, ese miedo puede esconder otros que pueden ser la raíz del problema. Por ejemplo: en experiencias anteriores de exposición al público esta persona ha creído que lo ha hecho mal. Entonces, su miedo puede estar originado más por un grado de dependencia excesiva hacia la valoración de los demás o por un estilo de personalidad reprimida, que por la propia situación.
Identificar el origen de nuestros miedos es una clave muy importante para estar en mejores condiciones de afrontarlos.
- Sitúa los miedos en el presente
Aunque nuestros pensamientos surgen teniendo en cuenta experiencias pasadas y las emociones las sentimos cuando estamos pensando en un hecho determinado de nuestra vida, tenemos que resituar el miedo en el presente porque nunca las experiencias del pasado suceden de la misma forma que en nuestro presente. Y aunque nuestra mente nos alerta con sensaciones de miedo porque en el pasado hemos tenido una mala experiencia en una situación similar, tenemos que decirnos a nosotros mismos (diálogo interno) “esta vez será diferente, no tiene porque ocurrir nada malo”.
Con nuestro diálogo interno, situaremos nuestros pensamientos en el presente y abordaremos la situación de miedo desde una perspectiva diferente y más constructiva.
- Alíate con el miedo
El miedo no es una emoción negativa en sí misma, solo te informa si la situación que estás pensando o vas a vivenciar supone un posible peligro para ti. Así mismo, la emoción de miedo no discrimina entre un miedo real o irreal, es tu parte racional la que tiene que analizar si es un pensamiento anticipatorio de algo que te va a suceder, como por ejemplo, si piensas que si viajas en avión vas a tener un accidente; o es una situación real y presente la que te pone en peligro, como puede ocurrir en el supuesto de un robo.
Afronta tus miedos analizando si la situación temida es un pensamiento que se proyecta hacia el futuro y es por tanto irreal. Eso te dará la clave para poder gestionar el miedo de forma adecuada.
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